martes, 27 de septiembre de 2011

Patricio Chamizo. PÁGINAS DE MI VIDA

AUTOBIOGRAFÍA.

Nací en el pueblo donde ahora resido: Santa Amalia, de la provincia de Badajoz, Extremadura. Mi padre era carnicero. Yo asistí a una escuela particular regentada por  un maestro que no pertenecía al magisterio de la enseñanza.

Aprendí a leer, escribir, hacer cuentas. Nada más; el resto no me entraba ni a tiros; no me gustaba estudiar. Siempre estaba distraído y no aprendía nada, mientras que los demás niños avanzaban en los estudios. Pero yo quedé estancado. Entre mis compañeros corría una cancioncilla cuya letra era alusiva a mi torpeza y holgazanería.  El maestro era el director de aquella charanga  y me humillaba de palabra y a palos.   No; los libros no me gustaban, sin embargo, leía muchos tebeos, incluso novelas del oeste. La lectura me gustaba mucho, pero no los libros de la escuela. Y por no leer las cosas obligadas recibí palos del maestro y de mi padre.

Tendría  seis o siete años, cuando por primera vez en mi vida vi una representación teatral. Los actores principales se alojaban en el piso de arriba de mi casa. Pronto intimé con ellos. Me dejaban entrar gratis al teatro. Para mí aquel espectáculo era mágico, fascinante. A los actores que se alojaban en mi casa los miraba alucinado. Eran gentes normales, pero en la función quedaban transfigurados, transformados en los personajes que representaban. A la primera actriz yo la atosigaba con preguntas y más preguntas sobre todo lo que desconocía, o entendía mal. Cuando tenía oportunidad, ojeaba los libretos del repertorio, los leía con avidez. Esto lo percibió la primera actriz. Me preguntaba qué obra representada me había gustado más. Sorprendentemente, dada mi corta edad, la que más me gustaba era “La vida es sueño”, de Calderón. Me la dejó para que la leyera. Y yo me la bebía. Me aprendí de memoria sus maravillosos versos y los recitaba imitando a los actores. Pero todo esto ocurrió en solo dos meses. Se fueron y me quedé llorando como una Magdalena. Tuve depresión durante tres semanas. Como regalo de despedida, la actriz me dio el libreto de la “Vida es sueño”

Seguí yendo a la escuela, pero cambiado. Ya no me preocupaban las burlas y los insultos del maestro. Adquirí la facultad de concentración y aislamiento de todo, sumido en mis pensamientos sobre el teatro, que me llenaban de placidez, de bienestar y felicidad.  Me tomaban por tonto y despistado porque no había forma humana de aprenderme las lecciones. Los niños me marginaron y tenía que estar solo. Pero eso no me preocupaba lo más mínimo, pues, como decía Lope de Vega:

“A mis soledades voy,
de mis soledades vengo;
para estar acompañado,
me bastan mis pensamientos”

. Y así un día y otro día hasta que cumplí los ocho años. Viendo que yo era increíblemente torpe, de acuerdo con el maestro me sacaron de la escuela y mi padre me puso a  trabajar de pastor,  cuidar cerdos y otros animales.

A partir de entonces sentí el desprecio de mi padre por las palizas que me pegaba por cualquier nimiedad. Yo empecé a odiarle. No mantenía con él ninguna conversación, no me salían las palabras. Y un ardiente deseo de irme de casa para liberarme de aquella tortura, empezó a obsesionarme.  Pero lo sobrellevaba bien, porque soñaba, me imaginaba historias  que yo mismo representaba en mi mente. Y repetía una y otra vez los versos de Calderón:

Sueña el rico en su riqueza
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende;
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.

Cuentan de un sabio que un día
tan triste y mísero estaba,
que solo se sustentada
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más triste y mísero que yo?
Y cuando la vista volvió
halló la respuesta viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.

Pero, cuando dejaba de soñar, me invadía la tristeza, la amargura y la desesperación de verme encadenado y torturado por las palizas y las constantes humillaciones de mi padre de llamarme inútil y de que jamás sería nada en la vida. Por eso me refugiaba en mis sueños para no llorar. La poesía que más profundamente se metió en mi corazón, fue esta:

SEGISMUNDO
¡Ay mísero de mí! ¡Ay infeliz!
Apurar, cielos, pretendo
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber,
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender,
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma:
¿Y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?

Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas,
gracias al docto pincel,
cuando, atrevido y cruel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto:
¿Y yo con mejor instinto
tengo menos libertad?

Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío:
¿Y yo con más albedrío
tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad,
el campo abierto a su ida:
¿Y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?

En llegando a esta pasión
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?

¡Cuán dentro se me metió esta poesía! Me imaginaba que Calderón de la Barca  la escribió pensando en mí.

Durante 10 años de condena (de 8 a 18 maquinaba la forma de preparar mi huida de casa. Un amigo mío, Pablo Parejo Carvajal, tenía un tío teniente del ejército en Madrid. Tuve algunos contactos con él cuando venía de vacaciones. Le dije que yo quería irme voluntario a la mili a los dieciocho años. Pero a Madrid. Le comente que algunos del pueblo habían solicitado ir voluntarios, pero pasaban un año o dos esperando. El teniente Carvajal me aseguró que eso no pasaría conmigo, que tan pronto cumpliera los 18 años le mandara la documentación necesaria.

Mi madre me dijo que yo nací el día uno de octubre al amanecer. Así que el día uno me presenté en el ayuntamiento para sacar mi partida de nacimiento. El secretario me preguntó que para qué la quería; se lo expliqué,  pero me dijo que hasta el día dos yo no cumplía los dieciocho años. Más tarde me enteré del por qué: El día uno de octubre de 1936 nombraron a Franco Caudillo y ese día fue fiesta nacional en los  territorios ocupados por los sublevados. Por eso me inscribieron el día dos.

Aparte de la partida de nacimiento, legalizada por el notario, necesitaba autorización paterna. A mi padre jamás le dije que me quería  ir. Así que el día dos le presente el documento para que lo firmara. Se quedó lívido, pero lo firmó. Mandé todos los papeles al teniente Carvajal, como él me dijo, y el día 24 recibí la orden de incorporarme el día dos de noviembre.

El tiempo del servicio militar para los voluntarios era de tres años. Pero un decreto de 1955 reducía ese tiempo a dieciocho meses. Y como ya estaba harto de mili, me licencié. Busqué trabajo y estuve hasta el final del verano en una fábrica de horchata.

Durante el tiempo de mili me hice socio del Hogar Extremeño de la Gran Vía. Fui para tener contactos con los extremeños. Fui a la Escuela de arte Dramático para estudiar allí para ser actor. Pero un bedel, que era extremeño, me dijo que no entrara en la Escuela. Había exceso de alumnos y carencia de profesores, por lo que para dar una clase podría tardar hasta dos meses. Me dijo que lo mejor para mí era buscar un profesor particular. Me recomendó a una profesora de música y teatro. Allí conocí a la que cinco años después sería mi esposa: PAULA FLORES, de la que hablaré después. Ella había estudiado allí el solfeo, y con otro profesor particular daba clases de canto. Solía ir a clase de arte dramático para saber interpretar bien en escena a los personajes de zarzuelas y óperas.

Mi asistencia a clases fue tormentosa. Era muy tímido, hablaba muy deprisa y tartamudeando; Pero aprendí a recitar poesías, cosa que desde niño hacía, pero atropelladamente. La profesora montó una comedia de los Álvarez Quinteros: “Mariquilla Terremoto”, en el salón de actos de un colegio.. Yo hacía de marido y mi mujer era, nada menos que Paula Flores. En escena me temblaban las piernas, tartamudeaba. A veces, se me olvidaba el texto y no sabía por donde seguir; menos mal que Paula me daba el pié y a duras penas llegamos al final. Mi actuación fue un desastre y un ridículo para Paula. Mari Trini, ese era el nombre de la profesora, me preguntó que para qué iba a clase. Le dije que quería ser actor. Pero me desengañó: “Patricio, tu no vales para el teatro” Eres joven y puedes dedicarte a otra cosa”.

Sin embargo, no la hice casó y seguí yendo a clase. En el corazón latía ardientemente mi amor por el teatro. No podía renunciar a esa llamada que Dios había puesto en mi corazón.

Mi segundo trabajo lo conseguí por un anuncio del periódico. Era una agencia de localidades para espectáculos: cine, teatro, toros, etc., con el 20% de recargo. Mi oficio consistía en ir a los teatros y cines a pedir entradas; después devolver las sobrantes antes de empezar las funciones y liquidar. Mi medio de locomoción era una bicicleta.

Una prima mía, poeta, mayor que yo, trabajaba en la Telefónica. Al ver el trabajo que yo tenía me dijo que estudiara para entrar en la empresa y así tener un trabajo para toda la vida. ¡¡Dios mío, estudiar!! ¡Y un trabajo para toda la vida, nada menos! ¡Toda una vida uncido al mismo yugo! Le di las gracias, pero no la hice caso. Yo necesitaba libertad.

El trabajo en la agencia fue muy beneficioso y provechoso para mí. Como tenía contacto diario con las taquilleras de los teatros me hice amigo de todas y me daban pases para entrar en las salas, si no estaban llenas. Esto fue decisivo para mi vocación.

Durante varios años que trabajé allí vi muchísimas obras de teatro. Más de mil.  Los autores españoles y las obras que más perduran en mi memoria, fueron, entre otras:

·               JACINTO BENAVENTE. (Los intereses creados) La vi muchas veces con diversos actores, pero el actor que más me gustaba era Manuel Dicenta.
·               BUERO VALLEJO (Historia de una escalera y el Concierto de san Ovidio) Y casi todas las suyas.
·               JARDIEL PONCELA. (Eloísa está debajo de un almendro) Y todas sus obras.
·               MIGUEL MIURA. (Tres sombreros de copa)
·               CALDERÓN DE LA BARCA. (La vida es sueño y El alcalde de Zalamea)
·               FEDERICO GARCÍA LORCA (Mariana Pineda) Y casi todas las suyas.
·               CARLOS ARNICHES (Los caciques) Y muchas más.
·               JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH. (Los amantes, de Teruel)
·               PEDRO MUÑOZ SECA. (La venganza de don Mendo)
·               ALEJANDRO CASONA. (La dama del alba) Y casi todas las suyas. Pero eso fue más adelante.
·               VALLE-INCLÁN (Luces de Bohemia, Divinas palabras, Los cuernos de don Friolera, etc)
·               JOSÉ ZORRILLA. (Don Juan Tenorio)  También la vi muchas veces. A María Dolores Pradera la vi en una doña Inés memorable. Y Paco Rabal con su hermosísima voz de barítono fue el Don Juan que más me gustó.
·               FERNANDO DE ROJAS. (La Celestina)
·               LOPE DE VEGA. (Fuenteovejuna) Y varias más.
·               ANTONIO GARCÍA GUTIÉRREZ (El trovador) Del que Verdi hizo su ópera del mismo título.
·               EL DUQUE DE RIVAS. (Don Álvaro, o la fuerza del sino) De la que Verdi hizo su obra La forsa del destino.
·               ALFONSO SASTRE.  (La cornada) Aquella obra me impresionó. También vi otras obras suyas. Me gustó mucho su versión de “Galileo Galilei”, de BERTOLD BRECHT

Y muchas otras muchas obras de casi todos los autores españoles, que ahora no recuerdo.

DE AUTORES CLÁSICOS. GRIEGOS:

·               ESQUILO, (La Orestiada),
·               SÓFLOQUES, (Edipo rey) Del que Francisco Rabal hizo una maravillosa interpretación en el Teatro Español.
·               EURÍPIDES, (Electra)
·               ARISTÓFANES, (La asamblea de las mujeres).
·              
·               Todas las vi en el Teatro Romano de Mérida.
·              
·               Y LOS LATINOS: 
·              
·               PLAUTO. (Del que hice una versión muy libre de RUDENS para el Teatro Romano de Mérida en 1987),
·               TERENCIO. (El eunuco y  Hecyra) Y todas las suyas, pero solo leídas.
·               SÉNECA. (Medea).

Y LOS ESPAÑOLES:

·               CERVANTES (La tragedia de Numancia, Los baños de Argel)
·               LOPE DE RUEDA. (Comedia Armelina, Los Pasos) Y varias más.
·               LOPE DE VEGA. (Fuenteovejuna) Y varias más.

AUTORES EXTRANJEROS:

·               SHAKESPEARE. Inglés. (Hamlet) Y casi todas sus obras).
MOLIERE. Francés.  (Tartufo y El Avaro,) El Avaro es una versión libre de Plauto: La comedia de olla o Aulularia.Y otras más..
·               ARTHUR MILLER- Estadounidense (La muerte de un viajante, Todos eran mis hijos). Y casi todo lo suyo.
·               ANTON CHEJOV. Ruso. (La gaviota, El tío Vania).
·               EDMOND ROSTAND. Francés. (Cyrano de Bergerac). Cyrano fue un personaje real. Es una de las mejores obras del romanticismo.
·               JEAN ANOUILH, Francés. (Becket o el honor de Dios). Con Francisco Rabal y Fernando Rey, en el Teatro Español. Una maravilla.
·               BERTOLD BRECHT, Alemán. (Madre coraje) Y casi todas sus obras.
·               FRIEDRICH DÜRRENMATT. Suizo. (La visita de la vieja dama)
·               VÍCTOR HUGO. Francés. (El rey se divierte.) Solo leída,  Del que Verdi hizo su ópera Rigoleto.
·               SAMUEL BECKETT. Irlandés. (Esperando a Godot, y Final de partida)
·               EUGÈNE IONESCO. Francés - (La cantante calva. El Rey se muere. El nuevo inquino).Y algunas más.
·               GOETHE (Fausto), Solo leída.
·               HENRIK IBSEN. Noruego.  (Un enemigo del pueblo).
·               GEORGE BERNARD SHAW. Irlandés. (Pigmalión)
·               ALBERT CAMUS. Francés.  (Caligula) Y varias más.
·               FEDERICO SCHILLER. Alemán  (La doncella de Orleáns). Solo leída. Este gran autor romántico fue el que escribió el “Himno de la Alegría” de la 9ª sinfonía de Bethoven. En esto hay una curiosidad: Este himno jamás fue entendido por casi nadie, excepto la música. Tuvo que ser Miguel Ríos el que hizo una versión, que a partir de entonces la cantaban los pueblos de todo el mundo, como himno de fraternidad. Pero fue criticado y menospreciado por los musicólogos beatos
·               JEAN PAUL SARTRE. Francés. (La puta respetuosa)
·               PETER WEISS. Alemán, nacionalizado sueco.  (Marat- Sade)
·               MAX FRISCH. Suizo. (La muralla china)

Estas obras y estos  autores son las que más recuerdo, pues todas ellas impactaron en mi espíritu y en mi corazón. Pero ya he dicho que vi más de mil. El mejor teatro que yo vi  fue dirigido por José Tamayo, tanto en el Teatro Español, como en el Bellas Artes. ¡Qué maravilla de espectáculos hacía!

EL TEATRO FUE MI UNIVERSIDAD.

Tenía ya una cultura teatral bastante considerable, aunque de lo que se enseñaba en las escuelas era un analfabeto, excepto en Humanidades. Me gustaba mucho la filosofía y la literatura; pero para saber de ello no necesitaba ir a ninguna escuela. Me bastaba con leer, leer, leer. Era un lector vicioso, ambicioso, empedernido. Leí al maravilloso Platón, cuyos diálogos son puro teatro, Eran unos métodos educativos que no  consistían en enseñar, sino en ocultar. La enseñanza hoy en día consiste en pasar la sapiencia del maestro a la cabeza se los alumnos; Platón no hacía este tipo de instrucción, sino que a través de sus diálogos hacía que el alumno descubriera  la verdad por sí mismo, con lo cual la educación, en realidad, era auto educación. La sanidad es cosa de los médicos y las ciencias de los científicos. Cada día ambos nos sorprenden con nuevos descubrimientos. Así avanzan a gran velocidad. Pero los  métodos educativos actuales no están elaborados por los maestros, sino por los políticos de turno, por lo que la enseñanza actual es alienante, estancada en la mediocridad. (Menos mal que a mí nunca me gustó la escuela).  Aprendí mucho de Platón; leí la prodigiosa Arte Poética de Horacio, un autor satírico y mordaz, del que siguieron su ejemplo Quevedo y Larra, entre otros. Veamos un ejemplo de Horacio:

“En varias profesiones se tolera
mediana perfección; puede un letrado,
un orador de foro, aunque no tenga
el profundo saber de Aulo Caselio
ni la grata fecundia de Mesala,
la estimación del público captarse.
Mas a un vate mediano no le sufren
los dioses ni los hombres ni las piedras.
.
               Al campo Marcio
no va a lidiar en pública palestra
quien el manejo ignora de las armas;
y quieto permanece el que no sabe
jugar al disco, al troco o a la pelota,
temiendo provocar con su torpeza
la licenciosa risa del concurso;
pero el más ignorante hace ya versos.

Larra es, quizás, el autor que más veces he leído. Sus artículos de costumbres, sus críticas teatrales, sus artículos políticos, etc., es lo mejor que he leído. ¡Se suicido a los 28 años y nos privó de su genio, que tanto bueno nos hubiese dado!

Leí, más que a ningún otro autor teatral a ENRIQUE JARDIEL PONCELA, el autor del que aprendí la técnica de escribir teatro. En todas sus obras editadas tenía la sabia costumbre de escribir un preámbulo sobre las circunstancias en que las escribió. Eso jamás lo he visto en ningún otro autor. Explicaba cómo le surgió la idea, cómo la iba desarrollando, las trabas con las que tropezaba y cómo las resolvía, creando los personajes que necesitaba y tramando argumentos muy ricos de tremenda imaginación y comicidad. Esa costumbre, que tanto me ayudó a ser dramaturgo, la tengo yo desde entonces y en todas mis obras escribo un preámbulo con las circunstancias en que las escribí. Para autores universitarios que han estudiado mucho, tal vez, esto no les sirva para nada. Pero yo pienso en muchos jóvenes que se quieren dedicar a escribir teatro, que no tienen medios ni nadie que se les procure. Esto les puede ayudar. Como Jardiel me ayudó a mí.

A Paula Flores Escoredo, mi esposa, la conocí en las clases de arte dramático cuando yo tenía 20 años. Coincidíamos pocas veces, ya que lo que más estudiaba era canto. Yo la apreciaba, pero nunca me atrajo como posible novia. Yo creo que decaí en su estima con el ridículo que la hice la pasar con “Mariquilla Terremoto”. La profesora, todas las nocheviejas, tenía la amabilidad de invitar a su casa a todos sus alumnos y a los ex alumnos que mantenían la amistad, y organizaba un baile hasta altas horas de la madrugada.  En la noche de fin de años de 1961 estuve bailando con Paula, casi toda la noche, porque era la más guapa, la más joven y la más hermosa que todas las demás, aunque algún pelmazo me la quitaba de vez en cuando. Aunque intimé con ella y me gustaba, no pasó nada.

Un día, a mediados de marzo, nos cruzamos en la Gran Vía. Ella venía del metro de Callao y se dirigía a Montera para coger el autobús hasta su casa. Yo, como ha sido siempre costumbre en mí, iba cabizbajo, embebido en mis pensamientos, cuando oí una voz: ¡Chamizo! Era ella. La invité a tomar algo sentados en la mesa de una cafetería. Charlamos, cosa que nunca hicimos antes, comentando las clases y el baile de nochevieja. Yo había escrito ya mi primera obra: LA MARGARITA DESHOJADA. Tal vez, lo que ella recordaba de mí era al tarugo extremeño de las clases, tan malo como estudiante, y pésimo como actor, por lo que la sorprendió mis conocimientos y mi conversación. Al terminar nuestra plática, la invité a bailar el día de San José. Estuvimos toda la noche, hasta que cerraron, entre besos, caricias y palabras de amor. Salimos de allí enamorados.

Durante meses ella triunfaba en un concurso de Radio España titulado VALE TODO dirigido por el famoso locutor Boby Deglané. Pero de eso no me enteré, hasta que nos hicimos novios.

Ella cantaba romanzas de zarcuela, pero lo que más le gustaba y en lo que más brillaba era en la ópera. Durante varios meses se llevó todos los sábados el premio de “canción lírica”. Había también otras cantantes que lo hacían muy bien, pero no lograban desbancarla. Por fin, la empresa tomó la determinación de dividir la Canción Lírica en dos apartados: la primera era zarzuela y la otra ópera, en la que se integró Paula. También seguía siendo la primera, pero las otras cantantes de zarzuela tenían más oportunidades.

Yo nunca antes de entonces la había oído cantar. Nuestro amor iba creciendo con mutua admiración. Éramos tremendamente felices. Pero…

A  finales de agosto se sintió mal y la descubrieron un tumor en la matriz, un fiudroma (no sé si se escribe así). La tuvieron que operar de urgencia. El tumor solo le afectaba a un ovario y no era maligno. Pero dos semanas después la tuvieron que intervenir del otro ovario, que el médico no había visto en la primera operación. Total: la quedaron hueca. Mi amor no solo no decayó, sino que se acrecentó. La veía tan triste, tan afligida, que hice todo lo posible para que olvidara su problema, la besaba, la mimaba, le daba todo mi cariño.

Yo vivía en la “pensión del hambre”, como la llamábamos  todos. Allí tenía un amigo que era cartero y me dijo que se iba a Alemania, a Correos. Dijo que trataría de ayudarme una vez allí. En octubre recibí carta suya y me explicó que tal vez había posibilidades de entrar en correos. Lo logró. Me mandaron los papeles, los rellené y los mandé. Yo no tenía trabajo entonces y aquella oportunidad había que agarrarla por los pelos. Se lo dije a Paula y se entristeció mucho. Se echó a llorar. Tal vez ella pensaba que era una huída. Le dije que no, que tan pronto ahorrara para la entrada de un piso, nos casaríamos. Aquello no la convenció. Pero yo estaba muy enamorado y me molestaba que ella pensara así, porque no era verdad. Me dijo que si yo me tenía que ir por esos mundos de Dios, ella quería compartir mi destino. Entonces tomé la decisión de casarnos antes de irme. Le pregunté a mi amigo que se enterara de cuándo me podría incorporar al trabajo. Me dijo que tal vez sería en enero. Fijamos la fecha de la boda para el día 19 de diciembre porque un día 19 de marzo nos hicimos novios. ¡Solo con nueve meses de novios! En su familia produjo una conmoción. La hermana mayor llevaba once años de noviazgo y su hermana melliza, cinco. Ambas permanecían solteras. Se opusieron las dos y su madre porque era demasiada audacia y a mí casi no me conocían.

Tuve que irme a principios de febrero. Pero un problema se acrecentaba  sobre nuestras cabezas como el hacha de Damocles pendiente de un hilo. Ella no podía reunirse conmigo sin un contrato de trabajo. No le daban el visado como turista. En una oficina de Cáritas española trataron de ayudarme. Como a ella le faltaba un año para terminar su carrera de canto, vieron la oportunidad para que la dieran un visado por ampliación de estudios en Alemania. Necesitó un certificado de estudios del ministerio de Educación, con él el ministerio de Asuntos Exteriores le dio otro certificado, y por fin, el ministerio de la Gobernación le concedió el visado.

Un mes después estábamos juntos. Yo vivía en una residencia de correos, pero ella no podía alojarse allí. Nos fuimos a un hotel con menos estrellas que una noche lluviosa. Buscamos una habitación con derecho a cocina, y ¡no había  más ingresos que los míos! Tuvimos que irnos a otra más barata, quizá porque no estaba en Frankfurt, sino en una ciudad  cercana: Ofenbach. Mi amigo me dijo que allí había una fábrica de curas muy famosa; Él no era creyente. Allí hice amistad con varios seminaristas jesuitas a punto de ser ordenados sacerdotes, que me instruyeron mucho. Les di la obra que había escrito: EN UN LUGAR DE ALEMANIA. La leyeron varios, entre ellos Javier Arzálluz, el cura vasco, que tuvo la gentileza de invitarme a su ordenación sacerdotal, y Ricardo Antoncich, peruano.

Yo esta satisfecho. A los autores, cuando terminamos una comedia  nos parece que esa obra no la mejora ni Cervantes.La comedia estaba centrada en una pareja, Rocío y Felipe, y como telón de fondo estaban los emigrantes. Las críticas coincidieron en que no les gustaba la obra. Siendo un tema trágico tan rico, yo lo había convertido en un melodrama.

Me la devolvieron y delante de ellos la rompí en mil pedazos. Me miraron asombrados por mi actitud, pero yo les sonreí agradecido.

Yo aprendí de mi maestro Jardiel Poncela que en la gramática del autor teatral no deben existir más que dos verbos: escribir y romper. Al principio no entendí lo de romper. Pero él tenía razón. Se parte de una idea inicial. Se le da vueltas y más vueltas corrigiendo aquí y allá sin conseguir un resultado positivo.

También dijo el maestro que una obra sin acabar es un cáncer en la vida del escritor, que acabará destruyendo su capacidad creativa. Y otra vez tenía razón. Nos aferramos a una primera idea, pero, ¿Y si esa idea es falsa y estamos anclados en ella? Lo mejor es destruirla y empezar con otra idea nueva y distinta. De ahí el consejo del maestro Jardiel de escribir y romper.

Empecé una nueva obra, pero sin tener en cuenta la primera versión. Excepto la pareja de Rocío y Felipe. Comprendí las críticas de mis amigos jesuitas. Algunos me habían dicho que lo más hermoso de mi obra yo lo había relegado al último término como un telón de fondo. Y lo que tenía que hacer era todo lo contrario: los protagonistas debían ser los emigrantes y entre ellos, como una anécdota o metáfora, la pareja de enamorados. Hice una versión completamente nueva. Se la entregué y no hubo más que elogios y felicitaciones. Entre ellos había uno, Bernardo Regal, guatemalteco, al que todos le consideraban como el más experto en teatro. Le pidieron que me hiciera un prólogo. Lo hizo. Esto puede leerse en el preámbulo de EN UN LUGAR DE ALEMANIA.

Mi amigo, mientras tanto, no paraba de ayudarnos. Logró introducir a Paula  en Correos, y de momento le dijeron que le harían un contrato de trabajo. Nos mostraron  una casa, alejada de Frankfurt; pero los trenes eran muy frecuentes y rápidos.  La casa tenía dos plantas: arriba estaba el  dormitorio y abajo el salón comedor y la cocina. Tenía, además un jardín; pero los alemanes, tan prácticos, lo hacían huerto para sembrar patatas, que es lo que más comen los alemanes. Yo les enseñé a hacer tortilla extremeña de patatas, que es igual que la española, pero con más huevos. ¡Todo era maravilloso! Pero…

A la hora de hacerle el reconocimiento médico, la rechazaron por dos motivos principales: Un punto de la operación le supuraba. Los médicos en España no le daban importancia, pues aquel punto acabaría siendo absorbido por la carne. Además, a la hora de coserla habían prendido la piel con otro tejido interior, por lo que tenía un hoyo en el vientre que le impedía andar erguida y se cansaba mucho. También tenía un oído que le supuraba a consecuencia del sarampión que tuvo cuando niña. Era una otitis crónica.

¡Y otra vez a la habitación con derecho a cocina!

Las monjas de Cáritas nos proporcionaron una buhardilla a cambio de que Paula trabajara dos horas en la limpieza de la casa de la dueña. Era un matrimonio polaco, muy bien situado en Alemania ¡Qué bonita era la buhardilla! Mi mujer se sentía allí como la Mimí  de  La Boheme,  la Ópera de Puccini. Pero las dos horas de trabajo apalabradas había días que se prolongaban a 4, 5, o más. Les dijimos  a las monjas que aquello era una miserable explotación. Por fin encontramos otra habitación con las mismas condiciones. Pero la cosa era más normal. Era un matrimonio alemán que hablaba perfectamente español. El se dedicaba a la importación de productos españoles, que distribuía por tiendas y supermercados. Yo le ayudaba a etiquetar los frascos, las latas, etc. Con aquello me ganaba un dinero.

Se enteró de que yo había escrito una obra de teatro: LA MARGARITA DESHOJADA, y que un grupo de emigrantes españoles la estaban ensayando para estrenarla. Me preguntó que si tenía un local para la representación. Le dije que lo estábamos buscando. Con su enorme dinamismo me dijo que subiera al coche con él, sin saber yo adónde me llevaba. Al parar en un semáforo, salió un alemán de otro coche y se acercó a la ventanilla. Luego me lo tradujo:

-“Perdón, señor. Se le ha caído a usted un papel”
.- No; es el papel de un caramelo”
-“¡Luego, lo ha tirado usted a la calle!”
-“Bueno, sí, pero…”
-“Pues los que tiran papeles a la calle son unos cerdos”

Y subiendo de nuevo a su coche se fue hecho un basilisco.
Llegamos al Teatro de la Ópera, bien conocido por mí porque habíamos visto varias óperas en el. Allí conocí a Monserrat Caballé, la jovencita catalana universal.

Habló con el portero en alemán: quería ver al director. Cinco minutos después estábamos en el despacho del director, que era una señora. Hablaron en alemán y a medida que hablaban noté que a la directora le cambiaba el semblante, me miraba con admiración y sonreía. Eso de que un obrero fuera dramaturgo era un caso que no se daba todos jueves. La directora le dio una tarjeta suya, escribió una nota y nos acompañó hasta la salida.

Pero a todo esto yo no entendí nada. Me subió de nuevo al coche y me informo de que había hablado con la directora sobre mi teatro. Llegamos a un gran almacén donde se guardaban los decorados de muchas obras ya reprensadas y que volverían a escena cuando se repusieran.  El encargado preguntó en qué ambiente se desarrollaba mi obra. Le dije que era un drama rural. Nos condujo por varios apartados y me mostró posibles decorados para mi obra. Yo elegí el más adecuado, pero el encargado insistía en otros posibles.

Por fin, la Universidad Popular de Frankfurt nos cedió un amplio salón de actos. El día que decidimos se presentó un trailer con los decorados. ¡Qué barbaridad! Había decorados para cinco o seis obras. Elegí el que más me gustaba. El encargado me dio un teléfono para que le llamara cuando terminaran las funciones e ir a retirarlos el día que más nos conviniera, y se llevó los que sobraron.

La obra fue un gran acontecimiento en Frankfurt para los emigrantes. Era un teatro español, cosa muy difícil de ver en Alemania. Durante el proceso de los ensayos todos querían colaborar: teníamos tramoyistas, peinadoras, maquilladoras, costureras, carpinteros, electricistas etc. Excepto mi mujer y un universitario, ninguno había actuado jamás como actores, incluso varios que ni quiera habían visto una obra teatral en toda su vida.  La representación la dirigí yo dándoles clases de arte dramático y Paula de ortofonía. Los ensayos duraron más de tres meses. El salón estaba abarrotado. ¡Qué bien se lo pasaron los espectadores! ¡Con qué ilusión trabajaros todos! ¡Qué gente tan buena!

Años más tarde lleve mis obras al teatro nacional María Guerrero de  Madrid. Quería hablar con el director. Me indicaron que eso lo tenía que solicitar con antelación. Me dijeron que tal vez pudiera recibirme el ayudante del secretario del subdirector.

Me alejé de allí dando un portazo. ¡Qué diferencia con Alemania! No es de extrañar el retraso de España en todos lo aspectos.

A raíz del estreno de LA MARGARITA DESHOJADA vino a verme un alcoyano liberado por la HOAC  El pertenecía a la Hermandad Obrera de Acción Católica. Charlamos. Él pertenecía a la sección de Alcoy. Con su equipo de cinco militantes (en la HOAC todo se hace en equipo) estuvieron escribiendo un comunicado sobre la patronal de la industria, a la que un ministro iba a visitar en breve, y se lo iban a entregar. Pero no se lo admitieron los organizadores, sin duda porque ya conocían a los firmantes.

En un salón de actos, el ministro dio su discurso sobre la enérgica y eficaz actividad de la patronal en el progreso social y económico de Alcoy. Al finalizar su perorata invitó a quien quisiera decir algo. Entonces Liberto, que iba con su mono de trabajo, levantó la mano. Cuando le concedieron la palabra se dirigió  al ministro y le espetó: “¡Todo lo que usted ha dicho es mentira!”. Se armó un gran revuelo, silbidos, protestas y ¡Fuera! ¡Fuera!; varios guardias corrieron hacia él, amenazantes. El ministro ordenó silencio y dijo que siguiera el que hablaba.

Liberto dijo que la patronal, que él ensalzaba, era una pandilla de irresponsables y que el progreso social y económico de Alcoy no se debía a ellos, sino a las muchas horas de trabajo, que tanto los obreros como sus cónyuges hacían, con lo que el nivel de viva era alto. Pero el dinero que ganaban los empresarios se lo gastaban en lujosos hoteles en las playas y en las montañas, en grandes cruceros, coches de lujo, yates, etc., pero no gastaban ni un duro en la renovación de la maquinaria de las fábricas, y que dentro de pocos años  esa maquinaria estaría obsoleta y Alcoy caería en la ruina, de la que tendría que responsabilizarse el Estado.

El ministro se quedó sin palabras que responder. Ordenó a los guardias que no le hicieran nada y a los patronos que no tuvieran represalias contra él.

Aquella profecía de Liberto Balaguer y su equipo se cumplió años más tarde. Pero el pagano de los desatinos siempre son los mensajeros. Fue despedido del trabajo e inscrito su nombre en las listas negras para que nadie le diera trabajo. Y la policía le tenía enfilado. No hay que olvidar que había una dictadura implacable, pero los militantes de la HOAC estaban acogidos al concordato del Estado con La Santa Sede. A pesar de eso, la Comisión General de la HOAC le envió a Alemania para difundir allí su apostolado.

Me dijo Liberto que yo tenía muchos valores, pero sin pulir. Me informó que la HOAC tenía un magnífico Plan de Formación para sus militantes en el que yo podía formarme. Me brillaron los ojos porque era lo que yo deseaba y necesitaba. Le dije que inmediatamente me apuntara en la HOAC. Durante el tiempo que estuve allí él se encargó de mi formación cristiana, social y cultural.

A mi regreso a España me incorporé a la HOAC de Madrid, que era clandestina porque el obispo Eijo y Garay, Patriarca de las Indias Occidentales, por un problema sexual, no la dejaba ejercer y amenazaba con excomunión a los curas que los acogieran en sus parroquias. El problema sexual era porque a él no le salía de los cojones. Decía que los de la HOAC eran todos comunistas. ¡Que más hubieran querido los comunistas! Menos mal que Dios le premió llevándoselo a su gloria.

Le sucedió don Casimiro Morcillo, que nos dio absoluta libertad. Hice muchos cursillos y mi formación crecía. Yo estaba enamorado de nuestro Plan de Formación. El Plan Cíclico, está basado en la técnica educativa de Platón. Un método de encuesta, Mejor dicho, de inquisición, pero esta palabreja estaba muy mal vista. Pero era inquirir. Hacer que el hoacista se auto inquiriera para hacerse su propia formación, la suya la de él mismo iluminada por el evangelio. La finalidad era cumplir lo que decía en el pórtico de la antigua ciudad de Delfos, atribuida al sabio Tales de Mileto: CONÓCETE A TI MISMO Y CONOCERÁS EL MUNDO. Guillermo Rovirosa, fundador de la HOAC y don Tomás Malagón hicieron unos guiones para enseñar a los simpatizantes que se querían incorporar, el Método de Encuesta. Esta palabreja de encuesta no se ajusta a nuestro plan de formación. La palabra encuesta viene del francés, enquête, que  quiere decir averiguación o pesquisa, no dentro de mí, sino fuera de mí. Mas  la finalidad del Método es distinta, es auto inquirirme para conocerme a mí mismo.

San Agustín dice que la sabiduría más grande es el conocimiento de uno mismo.

Don Quijote, cuando Sancho iba a tomar posesión de la Ínsula Barataria le aconsejó: “Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.”

Yo estaba, como he dicho, enamorado del método de encuesta. Se hacía un cursillo de iniciación al método. El cursillo duraba una semana, dos horas por la noche. Yo di varios en Madrid.

Como yo era autónomo en mi trabajo del parquet, tenía tiempo libre entre trabajo y trabajo, así que la Comisión General me envió por toda España a dar los cursillos diversos que yo había recibido. En un cursillo de cinco días completos que di en Barcelona me surgió la idea sobre una nueva obra. Los cursillistas, casi todos obreros, me hacían preguntas en los descansos para saber cosas sobre diversos temas; como el ahorro, la usura, la inflación, la cultura, la lucha de clases, la socialización, la evasión de capitales, etc. Y satisfaciendo su curiosidad, surgió solita mi obra GANARÁS EL PAN CON EL SUDOR DEL DE ENFRENTE, que daba respuesta a todos eso temas. La terminé en una semana. La que menos tardé en escribir y la que más éxito tuvo.

 El hombre más sabio que yo me encontré fue don Tomás Malagón, consiliario general de la HOAC. Me pegué a él como una lapa y no me perdía ni un cursillo suyo ni  ninguna de sus conferencias. ¡Cuanto aprendí de aquel gran hombre! Le di el cuento que había escrito: El Ganarás el pan… Quedó admirado y me escribió un prólogo. La HOAC me la publicó, como la mayor parte de mis libros.

A Paula le hicieron varias operaciones en Alemania. La primera para sacarle aquel punto que le supuraba en el vientre; cuando pasaron varios días volvió al quirófano para que le quitaran el cosido de la piel con otro organismo interno, con lo que le quitaron el hoyo consecuencia del mal cosido, y otra vez para que le hicieran una cirugía estética del vientre, pues era un paisaje lunar.. Esto en un solo hospital y por iniciativa de los propios médicos.

La siguiente operación fue la del oído. Recuerdo muy bien el día de la primera cita con el otorrinolaringólogo, que además, era un gran cirujano. Le examinó el oído y, todo indignado, tiró el instrumental. Parece ser que la lesión del oído era tan profunda que estaba abocada a penetrar en el cerebro y causarla la muerte. El médico gritó a su enfermera: ¡¡Snell operasión!!: Operación urgente. Le hizo una trepanación tan perfecta que todos los otorrinos que la vieron a lo largo de los años en España, en sus revisiones y limpiezas se maravillaban de la trepanación tan perfecta que le hicieron en Alemania.

A mí me daba mucha pena Paula. ¡Pobrecita mía! Y mientras más la veía sufrir más la quería. Olvidando la necesidad que tenía de ahorrar me dediqué a hacerle la vida lo más agradable que pudiera. Los fines de semana hacíamos viajes en barco por el río Main y por el Rin visitando castillos y monumentos. Fuimos a otras numerosas ciudades que no estaban en la ruta del Rin, con sus puntos de interés. Así llegábamos a fin de mes sin un puto duro. Algunas noches la llevaba a salones de cafeterías que eran una delicia. Estaban abarrotadas de público, pero no se oía ni una mosca. A muchos españoles les prohibían la entrada, o los expulsaban por las voces que daban para hablar. En la placidez de aquel ambiente, un violinista paseaba entre las mesas tocando lo que los clientes le pedían. Paula le pidió que tocara la Sarda de Montí, a lo que el violinista respondió con un pequeño y breve silbido por la dificultad de la ejecución. Es una obra maravillosa que hay que oírla. 

Y esto, no sé por qué, trae a mi memoria una obra de Arniches en la que un nuevo rico organizó una fiesta y como atracción principal, su hija tocando el violín. Al finalizar una pieza, el padre, todo alborozado, le preguntó a un invitado que qué le parecía la ejecución de su hija. El invitado respondió: “Hombre, la ejecución me parece demasiado. Yo creo que con unos cuantos sopapos valdría.”.

Otras noches íbamos a bailar. En fin, logré que se olvidara de sus desdichas y se sintiera feliz. Esa era mi felicidad.

El regreso a España fue año y medio después, pues mi esposa no soportaba el frío ambiente de Alemania y se acatarraba con frecuencia. El retorno fue una etapa durísima y traumática. No tenía trabajo ni dinero. Vivíamos en casa de mi suegra. Y pared por medio vivía la hermana melliza de Paula. Su marido era un simplón, aunque medía un metro noventa. Seguramente mi cuñada pensó aquello de a quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija y eligió un árbol muy grande, pero con muy mala sombra. Por eso mi cuñada ya se aburrió de él a las primeras semanas de matrimonio, y eso que le conocía desde cinco años antes de casarse. Y sin nosotros tener culpa nos declaró la guerra. A mi suegra le hablaba mal mí. Y a Paula la envidiaba por nuestro feliz matrimonio. El mal comportamiento de mi suegra contra mí, mi esposa no lo toleró. Nos tuvimos que marchar de casa. Otra vez viviendo en habitaciones con derecho a cocina. Mi cuñaba seguía encizañando contra mí cada día que nos visitaba. Nos perseguía constantemente atentando contra un matrimonio, que a pesar de las circunstancias adversas, era feliz.

Su hermana mayor se casó por fin, después de once años de novios y vivía en el piso de su marido, por lo que el suyo estaba vacío. Fue a buscarnos para que nos fuéramos a el. Pero no accedimos. Siguió insistiendo varias veces. Al final nos fuimos a vivir allí. Pero la melliza nos perseguía donde quiera que  íbamos. Araceli, la hermana mayor, a las pocas semanas de casarse ya se planteó el divorcio. Aunque ella no quería divorcio, sino la anulación, lo cual consiguió años después. Pero aunque no se hablaban, tenía que vivir junto a él para no perder sus derechos. La melliza de los demonios fue a casa para decirnos que si Araceli se llevaba mal con el marido era por culpa nuestra porque su marido quería alquilar el piso y sacarle un buen dinero. Lo cual era falso. Yo tenía bastante trabajo como instalador autónomo de parquet  y andaba bien de dinero. Le dije a Paula que diéramos la entrada para piso y nos fuéramos de allí. Lo conseguí. Entonces tuvimos absoluta independencia. Pero la aversión de la cuñada no cesaba, Un día me encontré a Paula llorando en la cocina y a su hermana en el comedor abanicándose. La dije que se fuera. Pero no se quería ir. La cogí por el cuello de la chaqueta y la puse en la calle. Yo la odiaba, sin embargo jamás le dije nada ofensivo.

Cuando me jubilé a los 60 años nos vinimos a vivir a mi pueblo en el año 2000. Me libré de la melliza, aunque nos visitó alguna vez. A partir de entonces Paula empezó a sentirse mal. Ella formó una coral impostando las voces, pues ninguno tenía solfeo. Tenía el título de profesora de canto por el conservatorio de Madrid. Una alumna suya, a la que dio clases particulares durante dos años, sin cobrarle nada, la preparó bien para que ls relevara cuando su enfermedad fuera a más. Y fue a más. Tenía fiebre (38º), pero no le bajaba y la debilitó mucho. Cuando ya lo dejó, a la Coral la pusieron su nombre: CORAL PAULA FLORES.

Yo fundé una revista para que los vecinos escribieran lo que quisieran. Al principio había pocas colaboraciones, pero yo escribía cosas con seudónimos para rellenar y que la gente se animara. Así, poco a poco llegaban colaboraciones en forma de poesías, artículos y cuentos. Pregunté si había gente en el pueblo que pintara o hicieran trabajos manuales artísticos, etc. Recorrí calle por calle buscándolos. Pocos querían colaborar, porque les daba vergüenza, pero en un número publiqué cuatro páginas, cada una con la foto del artista  y otra con una muestra de su trabajo y también una semblanza personal. Aquello  revolucionó al pueblo, pues aparte de la familia,  nadie conocía sus trabajos. Los otros artistas se animaron y hacían cola para que les publicaran sus trabajos. Seguí publicando más. Así se incorporaron hasta dieciséis con diversas actividades artísticas, pero sin publicarles nada muchos se animaron y siguieron trabajando. Un día los convoqué a todos. Les dije que había que hacer una Asociación de Artistas en la cupieran todos.  Hicimos un estatuto y demás cosas necesarias y la inscribimos en la Junta de Extremadura. La revista sigue funcionando; la Asociación de Artistas, también. Se organizaron; con sus cuotas y algunas pequeñas subvenciones,  contrataron profesores y han hecho ya muchas exposiciones con sus trabajos. La Coral Paula Flores sigue funcionando dando muchos conciertos, tanto en el pueblo como en otros pueblos y ciudades.

Paula dejó la Coral porque la fiebre no le bajaba.y la debilitaba. Pero con su gran pundonor no quería dejarlo hasta que ya no pudiera más. La llevé a nuestro médico de cabecera, pero no encontró nada extraño que pudiera ser la causa. Sin embargo, la envió al hospital para que le hicieran un chequeo: Análisis, radiografías, un TAC. Pero nada, no encontraron la causa de la fiebre. Y así, día a día y mes a mes, la fiebre aumentaba y se debilitaba más y más.. Ya no podía andar y se caía cuando lo intentaba. Ya se lo hacía todo en la cama. Yo la limpiaba y la vestía. Al final, una mañana iba a limpiarla, pero no se movía y su respiración era muy fuerte. Me pareció que estaba en coma. Llamé a mi médico, le puso el termómetro: tenía 42º de fiebre. Llamó a una ambulancia para llevarla al hospital. Y en la misma situación estuvo hasta las seis de la tarde. Una doctora la gritaba por su nombre y le daba tortas en la cara. Se despertó sobresaltada. La fiebre remitió con el tratamiento que la puso.

Paula, cuando estudiaba vocalizando con el piano y cuando daba clases particulares y cuando dirigía la Coral tenía una disciplina férrea. Tenía una fuerza de voluntad tremenda. Yo le decía que si para escribir tuviera que hacer tantos sacrificios, como ella, no hubiese sido escritor.

Pero cuando no estudiaba y no dirigía era muy alegre. En la habitación del hospital siempre estaba cantando y era la alegría de los pacientes, de las enfermeras y médicos.

Habíamos entrado en el hospital a primeros de junio. El día 15 recibí un correo electrónico de Alemania. Me dijeron que estaban preparando una semana de estudios sobre la emigración española y querían que yo participara haciendo una lectura de mi obra EN UN LUGAR DE ALEMANIA. Era en la ciudad Carlos Marx, en la que hay un gran monumento en su memoria,  que desde la caída del muro de Berlín recuperó su antiguo nombre: Chemnitz. El correo lo firmaba la doctora en filosofía de la Universidad, Teresa Pinherio, portuguesa, que tenía 38 años.

Aquel correo me agradó, pero me dio miedo. Yo nunca había entrado en una universidad, ni mucho menos para hablar. De momento no la dije nada. Nos comunicábamos a través del correo. Me envió el programa. Había seis conferenciantes, todos profesores españoles en diversas universidades alemanas y un doctor en filosofía en  Zurích, Suiza. Me eché a temblar. ¿Pero qué pinto yo en medio de tantos profesores, catedráticos y doctores? Me pareció una broma de mal gusto.

Pero mi mujer, a partir de primeros de julio seguía con la fiebre más intensa y los médicos haciendo exploraciones. Le hicieron todas las pruebas posibles, hasta de los huesos. Pero ya entró en la recta final de su existencia. El día 11 de julio, cuando toda España disfrutaba del triunfo  de nuestra selección de fútbol, la Roja, en la competición mundial, yo tenía entre mis brazos a mi querida y amada esposa con los estertores de la muerte. Cumplí lo que nos hizo jurar el cura que nos casó. Amarla hasta que la muerte nos separara.

¡Que pena, Dios mío! ¡Cuánto dolor! Paula murió sin que los médicos pudieran hacer un diagnóstico de su enfermedad y de las causas de su muerte. Estuve varios meses con tremendas depresiones. A fin de mes, para negar a meterme en aquel laberinto, le dije a la doctora Teresa Pinherio que yo no valía para eso. Que solo asistí a la escuela hasta los ocho años, porque tuve que trabajar y que a partir de esa edad jamás pisé  una escuela, y mucho menos, una universidad. Y me negué a ir.

Yo creí que Teresa desistiría; pero fue todo lo contrario. Ella, a través de Internet, había leído varias obras mías. Pero desconocía que era autodidacto, un Self made man, que en inglés quiere decir un hombre hecho a sí mismo. Entonces me dijo que tenía que hablar de mi vida, de mi cultura autodidacta, lo cual sería muy interesante para los alumnos de la  Facultad. Me dijo que seleccionara unas escenas de la obra, nada más, y que diera una conferencia sobre la cultura autodidacta. Me lo puso peor todavía. Pero acepté liándome la manta a la cabeza o haciendo como el avestruz. Me convenía salir del pueblo, olvidarme de mis dolores.

El 25 de octubre cogí el avión hasta Frankfurt; allí hice trasbordo hasta Dresde y allí un taxi me esperaba para ir a Chemnitz. Esta ciudad, perteneciente al estado federal de Sajonia está en el este de Alemania, cerca de Polonia.

Me reuní con la doctora Teresa, a la que no conocía personalmente. Allí cenamos juntos todos lo conferenciantes. Todos eran jóvenes. El más viejo era yo. Me trataron con mucho cariño, especialmente Ana Giannina Albornoz, una conferenciante chilena que trabaja de profesora de español en la universidad, con la que hice una gran amistad, hasta hoy. Era traductora en varios idiomas, pero para perfeccionarse estaba haciendo un Master de traducción. Seguimos en contacto hasta hoy. En el último correo me decía:

Saludos querido amigo, me alegra saber que estas bien al otro lado de la pantalla
Recomendaré a mis amigos amantes de la buena literatura que vean tus obras, ya sabes que yo te admiro, y sigo trabajando con la traducción de tu obra cuando termine mis estudios, con mi master en traducción. El honor es mío de poder traducir tus obras.
Un abrazo.
Ana Giannina Albornoz “

Excepto el doctor en historia, doctor Walter L. Bernecker, que era  alemán, la señora Ana Albornoz, chilena y la doctora Teresa Pinherio, portuguesa, todos los conferenciantes eran españoles.  El único emigrante, afincado en Hamburgo era Adolfo Fernández, presidente  de la Asociación de padres de familias españolas y padres de alumnos de Hamburgo y alrededores; y, por supuesto, yo, los demás eran profesores de universidades de Alemania, excepto  uno que lo era de la de Zurích, en  Suiza. Excepto el Dr. Bernecker, todos los demás eran menores de 40 años, incluida Teresa, directora del evento, de 38 años. Ninguno de ellos, excepto Adolfo Fernández, y yo, tenía un conocimiento directo de la emigración española en los años sesenta. Sus conferencias se centraban en todos los aspectos diferentes de  la emigración: política, económica, social, etc.; pero disertadas en Alemán, incluidos Ana y Adolfo. Me pusieron dos alumnas como interpretes, una a mi izquierda y otra a la derecha. En cuanto tuvo oportunidad, Ana se puso a mi lado como interprete. Y ya no se separó de mí durante toda la semana. Es una mujer casada, menor de cuarenta años, por lo que casi podía ser mi nieta, es muy culta, simpática y agradable. Yo actué en último lugar.
 El día anterior, como un novillero que va a saltar al ruedo, me puse a temblar. ¡En la que me voy a meter! Y como los toreros, antes de salir al ruedo rezan a la Virgen, yo me encomendé a Jesucristo recordando sus palabras: “Venid a mi cuando estéis afligidos, que yo os aliviaré”. ¡Y cómo me alivió de mis temores! Y siguiendo el símil taurino, se lo brindé a Paula, de la que heredé el gran tesoro de su cultura musical, de la que me siento orgulloso.
Con toda tranquilidad empecé la conferencia, y como perro viejo que soy, capoteado en muchas charlas, cursillos y conferencias, conté un chiste para provocar una sonrisa en los adustos gestos de la concurrencia. Ese ejercicio de relajación lo he practicado con frecuencia en diversas ocasiones y produce un gran efecto para mí y para el auditorio.
A mí no me apetecía hablar de mi escabrosa vida, así que con unos cuantos datos era suficiente. Y como soy autodidacta y me iba  a enfrentar a la cultura académica de los universitarios de la Facultad de Filosofía, de la que Teresa era doctor, tuve la osadía de hablar de filosofía, de la cultura académica y la hecha por mí mismo. Comencé así:
 La doctora Teresa Pinherio ha insistido en que yo hable de mi vida. ¡Que horror! Con lo poco que gusta a mi airear mis pobres interioridades. Mi vida no tiene importancia. Solo asistí a la escuela hasta los ocho años, porque a esa edad ya tuve que trabajar de pastor y otras parecidas actividades. Y desde los ochos años de edad hasta hoy, jamás he pisado una escuela. Soy lo que los ingleses dicen un “self made man”. Pero ser autodidacta no lo decidí yo. Me lo impuso la sociedad por no facilitarme los medios necesarios.  Por lo tanto no es mérito mío, ni soy un héroe por eso.
 Esto me recuerda un caso en que una mujer se había caído al río y se estaba ahogando. Una muchedumbre gritaba angustiada. De pronto un hombre se tiro al río y a duras penas la salvó. La multitud le  aplaudía y le llamaba valiente. Pero él, indignado, gritaba que dónde  estaba el canalla que le había empujado. Yo no he sido héroe; a mi  me empujaron a serlo.
  Es la primera vez en mi vida que he pisado una Universidad. Y os puedo asegurar, con todo mi corazón, queridos alumnos, profesores y catedráticos, que es lo más hermoso que me ha pasado en la vida, y este acontecimiento tan maravilloso engrandecerá mi espíritu y será para mí una experiencia memorable. ¡Gracias, amigos!
 Ya he hablado de mí; ahora toca el tema del auto-didactismo. Vamos a reflexionar un poco sobre  la cultura académica y la elaborada por mi  mismo.
 Un criterio común, muy extendido en nuestra sociedad, es catalogar a un hombre como muy culto por el hecho de haber estudiado una, dos o más carreras. Pero eso es un lamentable error. No se es “culto” en física o en matemáticas o en ingeniería. Eso es ser experto, ¡incluso sabio!, en una determinada materia.
 Para hacer matemáticos, físicos, ingenieros, médicos, etc., está la Universidad.
 Pero la escuela debería dedicarse, como lo hacía Platón, a  formar personas, a cultivar hombres.
 Cuando la palabra CULTURA se aplica a la naturaleza es para perfeccionarla, para mejorarla: AGRICULTURA: cultivar la tierra para sacar de ella los mejores frutos.  APICULTURA: optimizar el mundo de las abejas; CANARICULTURA: corregir y perfeccionar la especie de los canarios. Sin embargo, cuando la palabra cultura se aplica al hombre no se dice HOMOCULTURA: desarrollo y perfeccionando del ser humano, sino cultura a secas.
 El hombre no es un ente metafísico, es decir no es inmutable, aunque la cultura popular así lo afirma cuando dice que el que nace lechón muere cochino, o genio y figura, hasta la sepultura, lo cual supone una negación del hombre. No, el ser humano no es metafísico, sino dialéctico, es decir, no es SER sino ESTAR SIENDO toda su vida. Tiene capacidad para transformarse tan pronto como se transformen sus circunstancias, o cambie su pensamiento gregario e impersonal, por un pensamiento propio. Esta es la clave para su transformación y desarrollo.
 Desde Tales de Mileto, creador de la filosofía griega y el primero de los siete sabios de Grecia, hasta Sócrates y Platón, los filósofos se dedicaron  a cultivar hombres para desarrollar su propio pensamiento, el suyo, el de él. Enseñarle, en definitiva, a pensar por sí mismo, hacerle autónomo de su propia vida, para que deje de  ser heterónomo, dependiente de los demás.
Y esa teoría filosófica ha sido una constante en todos los filósofos, fueran académicos o autodidactos.
 Ortega y Gasset, nuestro gran filósofo español, quería que el niño desarrollara su propio criterio: Enseñarle a pensar por sí mismo.
 “Cuán importante –decía- sería que vosotros llegaseis a la madurez con una exquisita sensibilidad para distinguir entre el valer verdadero y el falso.
 “A este fin yo os recomendaría, entre otras, cuatro reglas o criterios: No hagáis nunca caso de lo que la gente opina. La gente es toda una muchedumbre que os rodea en vuestra casa, en la escuela, en la Universidad, en la tertulia de amigos, en el Parlamento, en los periódicos.
 “Fijaos y advertiréis que mucha de esa gente no saben nunca por qué dicen lo que dicen, no prueban sus opiniones, no juzgan por razón, sino por pasión, solo porque lo dice la gente.
  “No os dejéis jamás contagiar por la opinión ajena. Procurad convenceros, huid de contagios. El alma que piensa, siente y quiere por contagio es un alma vil, sin vigor propio.”
 Más recientemente, el escritor brasileño Paulo Coelho dijo algo parecido y en la misma línea de Ortega:
 “Si vas procurando crecer, observa a los demás, pero jamás trates de actuar exactamente como ellos. Cada persona tiene un camino diferente en la vida. No nos transformamos en maestros porque sabemos repetir lo que los maestros dicen, sino porque aprendemos a pensar por nosotros mismos. Descubre tu propia luz o pasarás el resto de tu vida siendo un pálido reflejo de una luz ajena”.
 El día 8 de agosto de 2007, Steve Jobs, presidente de Apple Inc., una de las más importantes figuras de la industria informática,[1] fue invitado por una Universidad a dar una conferencia para transmitir sus experiencias a los alumnos universitarios. Algo así como estoy haciendo yo aquí, invitado por la eminente catedrática, doctora Teresa Pinheiro.
 Steve Jobs dijo que él era autodidacta, porque no tuvo dinero para pagar sus estudios.  (Como me ha pasado a mí. Aunque a mí eso de estudiar me cae gordo). Después de una emotiva exposición de su azarosa vida, luchando contra sus circunstancias, al final expresó:
 “No os dejéis atrapar por el dogma que es vivir según los resultados del pensamiento de otros. No dejéis que el ruido de las opiniones de los demás ahogue vuestra propia voz interior. Y lo más importante: tened el coraje para luchar por vuestra vocación, de seguir a vuestra intuición y a vuestro corazón, porque ellos ya saben lo que tú realmente quieres ser.”
 De esos grandes maestros hay que aprender; de esos grandiosos manantiales del saber humano hemos  de beber
 Y volviendo a la cultura autodidacta y a la cultura académica, la primera es más favorable a la formación de un pensamiento propio, que es en lo que desde el sabio Tales de Mileto, hasta los pensadores citados, insisten.
 La filosofía de Platón no era enseñar, sino ocultar, pues enseñar es domesticar, hacer que el alumno aprenda el  pensamiento del maestro; ocultar para que  a través del diálogo el alumno descubriera la verdad por sí mismo, no de la verdad de nadie, por muy culto que éste sea. Es decir, lo suyo no era un discurso tedioso, sino un juego divertido y sorprendente.
 En realidad, lo que promovía Platón era hacer hombres autodidactos, formados a sí mismo, es decir, Self made man, como dicen los ingleses. Esa era la dialéctica de sus diálogos: formar personas, cultivar hombres. Pues con esa técnica la HOAC forma a sus militantes.
Pero Platón, además, fundó en Atenas la Academia, una institución considerada como la primera universidad europea. Ofrecía un amplio plan de estudios, que incluía materias como Astronomía, Biología, Matemáticas, Teoría Política y Filosofía. Luego, en Platón se daban las dos culturas de las que estamos hablando: la autodidacta y la académica. La primera era para hacer personas, para cultivar hombres, para una vez maduros pasar a la  formación académica. Con lo cual ambas culturas no son discordantes, sino complementarias y convergentes en un mismo  objetivo: la formación del hombre en toda la  integridad de su relieve.
 Sería muy interesante que en las escuelas se imitaran los métodos platónicos. Pero para eso había que tirar a la basura tanta enseñanza inútil que solo vale para domestica, para amaestrar y para, en definitiva, alienar, para hacer borregos y no personas. Así no existiría el 33% de fracaso escolar, de frustración y, como consecuencia de ella, la violencia que se genera en unos adolescentes que solo aspiran a que les hagan personas, que les cultiven para hacerse hombres provechosos para la sociedad  y felices. Demasiada poca es la violencia, pues los sistemas educativos, hechos por los políticos y no por los docentes, son un delito, un crimen de lesa humanidad.
Los políticos elaboran esa clase de cultura para que el hombre no piense por sí mismo. Ahora ha surgido el plan Bolonia dedicado a enseñar a realizar tareas, pero no pensamientos. Hay un ejemplo bastante ilustrativo: Bravo Murillo, extremeño, fue catedrático de filosofía en la universidad de Sevilla. Pero se hizo político y entre los muchos cargos que tuvo, siendo ministro de Hacienda se le presentó un hombre solicitando ayuda para hacer una escuela para obreros adultos. La respuesta de Bravo Murillo (respuesta de político, no de catedrático de filosofía) “¿Que yo ayude a formar una escuela para obreros? No en mis días. ¡Aquí no hesitamos gente que piense, sino bueyes que trabajen!”. Pues el proyecto de Bolonia actúa exactamente con el criterio de Bravo Murillo, aunque no de forma tan brutal. Bolonia no quiere que se piense, sino que se realicen trabajos, oficios para que la Europa de los mercaderes cubran sus necesidades laborales. Pero no perder el tiempo enseñando a pensar. 
El Estado ayuda a la sanidad y a la ciencia con su apoyo logístico y deja libertad a los médicos y a los científicos para que hagan su trabajo según su propio criterio y su propio pensamiento. El resultado es evidente: “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, como dice el boticario en la Verbena de la Paloma.
Pero la enseñanza no está en manos de los maestros,  sino en manos de los políticos. El apoyo logístico del Estado se limita a establecer edificios y editar los libros para los niños. ¿Qué pasaría si los planes de formación y los libros estuvieran en manos de los docentes? Pues que no tendríamos la mediocre sociedad que tenemos con una población masificada, desequilibrada, alienada, a la que se la maneja con suma falicidad con el pan y circo.
La sociedad está formada por pequeños grupos de amigos o de afinidades. Pongamos a un hombre que quiere incorporarse a uno de ellos para no estar solo y marginado, pero que tiene una forma de ser más  promocionada que el resto. Ante este hecho pueden ocurrir dos cosas: que se muestre tal cual es y exponga al grupo su cultura más promocionada. Resultado: Sería rechazado, le darían de lado y volvería a la marginalidad. Pero eso no lo quiere. ¿Qué tiene que hacer?
Sencillamente, adoptar la técnica del camaleón: cambiar de color para pasar inadvertido adaptando la mentalidad de los demás, por lo que se convierte en uno más dentro del grupo, sin problemas.
Por eso es muy difícil que un hombre solo pueda escapar de de ese laberinto, de ese  medio ambiente. Para eso es necesario que los métodos de formación dejen de estar en manos de los políticos y se hagan cargo de ellos los maestros. Pero eso al capitalismo liberal y monopolista no le interesa. Se le escaparía de su dominio el pueblo, la sociedad. Por eso no tolera que la educación del pueblo esté integralmente en manos de los maestros. Y esto ocurre aquí y en todos los países del mundo.
El capitalismo es un poder intrínsicamente perverso, como ya dijo Pablo VI, y sin fronteras.
He dicho.
 Como epilogo a esta primera parte, o preámbulo de la siguiente, quiero señalar que el espectáculo de las pateras y cayucos llegando a nuestras playas y puertos con tantas criaturas desfallecidas, y ver tanta gente acogiéndolos con respeto, delicadeza y ternura, ese espectáculo, digo, no se ve en ningún lugar del mundo, nada más que en España. No en vano España es País formado en la emigración, tanto en  Ibero América, como en Europa. Nadie mejor que un emigrante conoce el dolor de los inmigrantes. Mientras en otros países europeos se plantean hoy mismo la expulsión de inmigrantes, España acoge a los que en pateras se juegan la vida viniendo a ganar el pan para sus niños hambrientos.
 En Alemania no había pateras, pero si muchos clandestinos, sin papeles, camuflados en camiones de carga. Pero eso ya pertenece a otro lugar.
 Ahora pasamos al tema que nos ha traído aquí:
 “EN UN LUGAR DE ALEMANIA”
 Para enterarse del texto de una obra hay que leerla entera. Aquí, por motivos de tiempo, solo vamos a leer un ramillete de escenas. Leer teatro es muy difícil por tener que leer el nombre de cada personaje que habla. Aún así, a pesar de mis escasas dotes de oratoria, estoy seguro de que la mediación de vuestras participaciones en el coloquio o discusión, completará con creces, mi pobre discurso.
 El tema del hambre aparece con frecuencia en la obra, pero solo en forma del pasado. En Alemania el hambre no existía.
 Uno de los episodios más dolorosos del emigrante era la soledad. El emigrante iba al trabajo y el resto del día no salía de la barraca. No podía salir porque no se podía derrochar ni un solo marco. Había que ahorrar. Y encerrado en su residencia calculaba el tiempo de su vuelta a España, como el preso cuenta los días que faltan para cumplir su condena.
 Había una excepción: los sábados por la tarde acudía al Centro Español. Las bebidas eran más baratas. Pero no era esa la razón: era el día para juntarse con muchos españoles para compartir, en su propio idioma, sus penas, sus alegrías y sus esperanzas.
 Ver allí juntos a gallegos, extremeños, asturianos, andaluces… con su peculiar idiosincrasia, era para mí un bellísimo mosaico  de vigoroso colorido. Con los diferentes cantos de sus regiones formaban una hermosa polifonía de una altura decibélica, no apta para los oídos alemanes. Tan pronto se cantaba, se reía, o se contemplaba una escena de dolor patrio.
 Así, en medio de tanto lirismo, de tanta ternura, de tanta hermandad y de tanta nostalgia se fue gestando “EN UN LUGAR  DE ALEMANIA”.
Por el tiempo que disponemos no puedo extenderme, por eso he elegido unos cuantos temas para comprender la situación  de los emigrantes de mi época:

EL PROBLEMA DEL ANALFABETISMO [2]
Por la calle entra AGUSTÍN y EULOGIO. Este es un chaval muy joven, delgado y con aspecto debilucho.
 EULOGIO. – Pues sí que es mala suerte, hombre.
AGUSTÍN. – Pero no te preocupes. A este bar vienen muchos españoles que saben leer y escribir. Entran en el bar
ESTEBAN. – ¡Ya está aquí Agustín! ¡El español más feliz en Alemania!  ¿Este es tu nuevo compañero?
CECILIO. – ¡Bellotero! ¡Seguro que es bellotero!
 AGUSTÍN. – ¿Y cómo lo sabes tú?
 ESTEBAN. – Eso salta a la vista. Si se le menea un poco, caen bellotas. (Esteban y Cecilio ríen)
 AGUSTÍN. – Bueno, pues ya te han calado este par de gamberros.
 EULOGIO. – Sí; los guarros huelen las bellotas a media legua.
 AGUSTÍN. – ¡Toma! ¡Vaya corte!
 CECILIO. – ¡Chacho, chacho, lo que sabe el belloto éste!
 ESTEBAN. – ¿Y éste trabaja contigo en la fábrica de salchichas?
 CECILIO. – Oye, ¿es verdad lo que me han dicho? ¿Que a los españoles que trabajan en las fábricas de salchichas les ponen bozal? (Ríen los dos)
 AGUSTÍN. – ¡Te vas a reír de tu padre!
 ESTEBAN. – No se te va a poder gastar una broma.
 EULOGIO. – Pues esas bromas no están bien. A nosotros no mos ponen bozal porque mos dan muy bien de comer.
 CECILIO. – Me alegro, hombre.
ESTEBAN. – Te habrá cogido desentrenado, claro.
 EULOGIO. – ¿El trabajo?
 ESTEBAN. – No; el comer todos los días. (Ríen los dos)
 AGUSTÍN. – ¡Que os la estáis buscando y os voy a meter un puñetazo!
 EULOGIO. – Pues, sí, señor, es verdad. Yo no he comido nunca como estoy comiendo aquí. ¡Y si viera usted el jartón de llorar que me pegué el primer día!
ESTEBAN. – ¿Por qué?
 EULOGIO. – Porque me daba no sé qué comer tanto pensando en que mi padre está malo y no puede comer lo que necesita.
 ESTEBAN. (Serio) ¿Qué enfermedad tiene tu padre?
 EULOGIO. – ¿Y yo qué sé? El estaba paliucho y muy demacrao, y un día jué al méico y le dijo, dice: mire usted a ver si en algún cacharrino de esos que hay en la botica hay algo para curarme esta flojera y este ajogaero. Y le ijo el méico que en la botica no había na, porque lo que él necesitaba eran proteínas: chorizo, queso, jamón. Las proteínas esas yo no sé lo que será, pero el chorizo, el queso y el jamón en mi casa no han entrao nunca.
CECILIO. – Perdona la broma. Yo no sabía...
 EULOGIO. –  Y por eso, cada vez que me jarto de comé, después me jarto  de llorá. Hasta que me paguen aquí y le pueda mandá un giro.
CECILIO. – Te voy a prestar doscientos marcos que, al cambio, son tres mil pesetas. Se los mandas ahora mismo a tu padre y ya me los devolverás cuando cobres.
 EULOGIO. – ¿Pero, sin conocelme de nada me va a dar usté dinero?
ESTEBAN. – Sí, hombre, sí. Y si no es bastante, te presto yo otros doscientos.
 AGUSTÍN. –Vamos ahora mismo a poner el giro.
 EULOGIO. – ¡Chacho! ¿Y la carta?
 AGUSTÍN.¡Anda! ¡Ya no me acordaba!
 CECILIO. – ¿Qué pasa?
 AGUSTÍN. – Pues que éste vino el mismo día que se fue Carlos, que era el que me escribía y leía las cartas, y como aquí tampoco sabe escribí, venía a ver si alguno...
 CECILIO. – Eso no es problema. Ahora mismo te la escribo yo. ¿Tienes papel?
 EULOGIO. – Sí señor. Mi madre me echó papeles y sobres con la dirección puesta y con el sello ya pegado.
 CECILIO. – Este sello no vale. Es de España.
 EULOGIO. – Es que la carta va pa España.
 CECILIO. – Sí, pero el sello tiene que ser alemán.
 AGUSTÍN. – No te preocupes, eso me pasó a mí al principio, aunque sigo sin entender por qué si la carta va a España hay que ponerle un sello alemán. ¡Hay que joderse!   Siguen hablando aparte.
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  UN ANDALUZ PERDIDO EN ALEMANIA.
 Por la calle aparece PACO. Es un joven de veinticinco años. Mira por todos sitios buscando no se sabe qué.
                 PACO. - ¡Me cagüen en toas la mulas de todo los alemanes! ¡Vamos, que con lo clarito que hablo yo y que no me entienda nadie! ¡Y después dicen que son listos estos tíos! ¡Me cagüen en todas sus mulas! ¡Vamos, que tiene guasa la cosa! Nada; que esta noche me la paso al sereno y con el frío que hace, mañana me encuentran más tieso que un garrote! Maldita sea la hora en que salí solo de casa! ¿Y con todos los españoles que dicen que hay en Alemania y que ni por chiripa me haya tropezado con ninguno? ¡Vamos, que tiene guasa la cosa! Aquí hay otro bar. (Leyendo el cartel luminoso) Bar: Znell gaztate.) Entraré a preguntar, a ver sí hay suerte.
 Sentados en una mesa hay varios españoles; se han percatado de la presencia de PACO y le observan. Éste se dirige a la barra. Manfred le mira de arriba abajo con indiferencia.
 PACO. – (Hablando muy alto y muy lentamente para hacerse   entender   mejor) Oiga usted, señor mesié… ¿Usted sabé… por donde caé… la callé que está escrité… en este papé?
 (Le muestra un papel arrugado, pero Manfred ni lo coge. Simplemente dice:
 MANFRED. – Nich verstehe.
 PACO. – (Desesperado) ¡Nada; otro igual con la misma canción! ¡Ni festén, ni festén, ni festén!
 MANFRED. – ¿Bitte?
 PACO. – ¡Pero, qué pite ni que pito! Vamos, que le metía el papé así en toa la boca... ¿Será posible esto?
 Todos los de la mesa, que han estado observándole, se echan a reír. Paco los mira con gesto de enfado.
 ESTEBAN. – ¡Anda, macho, que si no fuéramos nosotros españoles, te iban a entender pronto!
 PACO. – Pero, ¿sois ustedes españoles? ¡Gracias a Dios! Esta noche le enciendo una vela a la Virgen de las Angustias, porque hasta hoy no he sabido yo lo que era la angustia.
 CECILIO. – Siéntate y descansa un poco, hombre. Tómate una cerveza.
 PACO. – ¿Una cerveza? ¿No tenéis ustedes un vaso vino?
 CECILIO. – Sí, hombre. Pero no es igual que el nuestro. ¡Manfred, trae un vaso de vino!         
 PACO. – No sabéis ustedes lo que es estarse perdío por esas calles de Dios. Y al que dijo eso de que preguntando se va a Roma me hubiese gustado verle como me he visto yo.
 ESTEBAN. – ¿Llevas mucho tiempo en Alemania?
 PACO. – ¡Qué va! ¡Yo vine la semana pasada! Lo que pasa es que se me ha ocurrido salir solo, y me he perdido.
 CECILIO. – ¿Has preguntado a mucha gente?
 PACO. – Por lo menos, a cuarenta.  Pero todos me decían igual: o ni feztén, como ese, o pite. Ya estoy harto de tanto pite y de tanto pito porque no consiento que nadie se pitorree de mí. Ahora que, déjalo, que como algún día me encuentre a un tío de estos en mi pueblo y me pregunte por alguna calle, le voy a mandar al  Pozo del Tío Raimundo, que es una sucursal de Andalucía.
 ESTEBAN. – Dame ese papel. (Lee) Bernhardletterhausstrasse, hunder vier seben.
 PACO. – ¡Casi nada! ¡Anda que se quedan cortos poniendo letras!
 ESTEBAN. – Pero si esta es la calle en que vivimos nosotros. Está ahí cerca. ¿Dónde trabajas tú?
 PACO. – En la Talwerque esa, o como se llame.
 CECILIO. – Entonces, no te preocupes. Estás ya en casa. ¿Qué te debo de esta ronda, Manfred?
 MANFRED. – Drei Mark funfundfünfzing féninger.
CECILIO – (A Paco) Tres marcos y cincuenta y cinco céntimos. Tienes que aprender alemán.
PACO. – Si yo el alemán lo hablo muy clarito, lo que pasa es que no me entiende ni Dios. Y es que estos alemanes son muy torpes. ¿Tú ves a ese? (Por Manfred) Pues a ese en España le entiendo yo, como a todos los extranjeros. Porque yo hablo todos los idioma del mundo, por señas. Yo por señas me entiendo con todo el mundo, menos con ese  simplón.
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EL PROBLEMA DE SOLEDAD
Guillermo está oyendo una cinta del radio casete. Ahora nos llega nítido el sonido.
VOZ DE SEÑORA. – Bueno, rapaciños, dejar ya a papa, que tiene que descansar.
VOZ DE NIÑO 1º. – ¡Non, non, yo quiero estar con él!
NIÑO 2º. – ¡Y yo, también!
NIÑO 3º. – ¡Pues, yo non me voy, hala! 
VOZ DE GUILLERMO. – Déjalos, muyer. Es el último día que me queda de estar juntos a ellos.
SEÑORA. ¡El último día! Otra vez separados. ¿Cuándo va a terminar esto, Dios mío? 
GUILLERMO. – El año que viene, muyer. Cuando tengamos para comprar una finca con vaquiña y marrana de cría, no me iré más. 
SEÑORA. – ¡Dichosa finca! ¡Ya estoy harta de finca, sin tenerla! 
GUILLERMO. – Pero cuando la tengamos, viviremos bien. Ya falta menos. Ten paciencia, muyer. 
SEÑORA. – Las mismas cuentas nos hicimos el año pasado y dijiste que cuando vinieras este año non te volverías a marchar. No nos han salido las cuentas. ¡Estos condenados críos se lo llevan todo en comer, en ropa, en calzado, en colegio!... 
GUILLERMO. – Non digas eso, Carmiña. ¿Qué culpa tienen los rapaciños? Non chores, Carmiña, un año pasa pronto.  
NIÑO 1º. –   Papa, yo quiero que me traigas un balón así de grande.
NIÑO 2º. –  Y yo quiero un patín como el de Juanito. 
NIÑO 3º.  – Y para mí quiero una bicicleta.
          GUILLERMO. – Bueno, hijos, bueno; todo lo que queráis. ¿Y tú, Maruxiña? Ven aquí, hija. Tú ya eres una muyerciña. ¿Por qué estás tan callada? Dime qué quieres que te traiga a ti. ¿Qué quieres tú, hija mía?

NIÑA. – Yo non quiero nada. Lo que quiero es que non te vayas más, que te quedes siempre con nosotros...
         
          Guillermo  para el aparato y de bruces sobre la mesa, llora.

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UN REMANSO DE PAZ
Telón corto. En escena, Rocío y Felipe. Un foco ilumina solo sus rostros. Todo lo demás es oscuridad absoluta.
FELIPE. – Hace mucho frío en la calle. Vamos a ese bar. Tomaremos algo caliente.
 ROCÍO. – No; espera. Me gusta el frío de la noche acariciando mis mejillas y enrojeciendo mi nariz. Pasear de noche, solos en la oscuridad es un privilegio, un regalo que muy pocos saben apreciar.
FELIPE. – Sí. Es un regalo magnífico para coger una pulmonía. A mí me gusta cuando estoy contigo. Pero hija, me estoy quedando tieso de frío.
ROCÍO. – Espera un poco. Déjame gozar a tu lado de esta noche maravillosa.  En un local cerrado y en medio de la gente no puedo sentir tan profundamente mi intimidad.
FELIPE. – Pero nuestra intimidad puede coger un resfriado. A mí me gusta el calor de las noches de mi tierra.
ROCÍO. – ¡Qué poco románticos sois los hombres!
FELIPE. – Yo te quiero, Rosío. Pero para ser romántico no hase falta ser masoquista y buscar el dolor.
ROCÍO. – ¡El dolor! He sufrido mucho en la vida, pero he aprendido a utilizar ese dolor como efecto purificador. Si no existiera el dolor no existiría la vida. El dolor es un aviso para que sus causas sean corregidas. También el dolor del alma  purifica el corazón y los sentimientos. Cuando nacemos somos como un lingote de hierro. Solo con el fuego y los martillazos es como se forja y se transforma en algo útil o en una obra de arte. Todo lo que nos enseña la vida es a base de martillazos. El dolor es una cruz, pero como la Cruz, es redentor.  Esto, la mayoría lo entiende como un castigo y se rebelan contra él rechazando la cruz. Eso me pasó a mí. Hasta que apareciste tú en mi vida. Sin embargo, tengo una duda, un temor.
FELIPE. – ¿Qué puedes temer? ¿Acaso no eres feliz?
ROCÍO. – Sí, demasiado feliz. Y eso es lo que me inquieta. Aún no he asimilado bien mi nueva situación. ¿Tú me quieres de verdad?  
FELIPE. – ¿Cómo puedes dudar de mi cariño? Te quiero desde mucho antes de desírtelo. Había en ti un misterio que me atraía. Intuía que dentro de ti había esa gran mujer que eres.
ROCÍO. – Sin embargo, no dejo de pensar.
FELIPE. – ¿En qué?
ROCÍO. – ¡En tantas cosas! En ti, en mí, en nuestro futuro. A veces siento miedo de que todo esto no sea más que un sueño.
FELIPE. – No pienses en eso. Es una realidad maravillosa.
ROCÍO. – Sí, pero me parece mentira que yo pueda sentir tanta felicidad. ¡Tuve tantos sueños frustrados, que temo que este sea otro más!
FELIPE. – ¡Pero, yo te quiero! ¿Acaso lo dudas? 
ROCÍO. – No, no. No dudo de tu sinceridad ni de tu amor. Dudo que yo tenga la suerte de haberte encontrado en mi camino. Hasta hace poco yo buscaba la muerte, mi autodestrucción. Tú no crees en Dios ni en el más allá. Lo sé; me lo has dicho. Pero yo sí creo. Sin embargo, si no fuera una blasfemia, diría que Dios se complace en hacernos sufrir.
FELIPE. – Esa es una de las muchas contradicciones de la religión. Si Dios es bueno y justo, ¿por qué tolera tanta injusticia?
ROCÍO. – Esa cuestión nos llevaría muy lejos. Dejémoslo estar. Cuando yo estaba en la cárcel hacía viajes maravillosos. Y enseñé a muchas pobres prostitutas y mecheras, compañeras de celda, a soñar, a liberarse haciendo viajes a los sitios más hermosos y paradisíacos. Hasta entonces yo había sido muy femenina, romántica y con deseos de amar y de ser amada. Y traté de que aquellas pobres mujeres lo fueran también. Actuaba con ellas como con los emigrantes analfabetos que llegaban a mi fábrica.  Era una labor pedagógica, didáctica. Allí me sentía útil ante aquellas desdichadas mujeres analfabetas, y eso me hacía soportar mejor la prisión. Paradójicamente, me sentía libre. Lo malo para mí vino cuando salí y me enfrenté a la cruda realidad. Estaba sola, sin trabajo, sin compañeros, sin amigos, sin dinero. Entonces comprendí mejor que nunca a las pobres compañeras que había dejado en prisión. Había que ser muy fuerte para no caer en lo que ellas cayeron.
FELIPE. – Hija mía, eres el Conde de Montecristo en versión femenina.
ROCÍO. – No te burles. Te estoy hablando muy en serio.
FELIPE. – Pues deja de hablar en serio, de recordar cosas tristes. Es hora de ser feliz, de disfrutar de la vida. Conozco un restaurante muy bueno. Hay una orquestina que va por las mesas tocando lo que los comensales le piden.
ROCÍO. – Qué bien sabes vivir la vida.
FELIPE. – No. He ido a ese restaurante, pero solo. Y precisamente en ese momento es cuando más solo me sentía.
ROCÍO. – ¿Por qué?
FELIPE. – Porque me faltaba la compañera para compartir la cena y a quien dedicar aquella música.
ROCÍO. – Me gusta la música, pero me gusta el silencio de la noche y la oscuridad. Me gustaba pasear mirando las estrellas. En el silencio  y la oscuridad todo es distinto. En la oscuridad, los ciegos aventajan a los videntes, las feas no se distinguen de las hermosas, los harapos no se ven y pierden su brillo las alhajas. Solo las almas brillan en la        oscuridad lo mismo que las estrellas. De día, el rosal hace fea a la higuera; de noche, ambas pierden el color y solo queda la silueta, y es entonces la higuera más hermosa que el rosal. Yo, en la oscuridad, soñaba que era hermosa, que era hermosa, que era amada con ternura, y le hablaba en silencio a mi amante soñado dulces palabras de amor. Aquellas horas que soñaba por las noches eran las más felices de mi vida, porque no estaba en el tiempo, sino en la eternidad. Lo malo era despertar y volver a la cruel realidad. Muchas noches, después de mis sueños, lloraba y maldecía de mí, del mundo y de Dios. Porque si me dio tantos sufrimientos, ¿por qué no me dio un corazón de piedra? Y si me dio un corazón tan sensible, ¿por qué no mandó sobre él una lluvia de amor?
FELIPE. – Pues ahora te ha caído un chaparrón.

ROCÍO. – Por eso me parece mentira. Siento en mí una nueva vida. Como sí una ráfaga de Dios se hubiera metido en mis venas.

FELIPE. – Yo también me siento un hombre nuevo, un hombre completo. También yo soñaba con la mujer ideal de mi vida, pero no en un físico determinado. Soñaba con tener hijos para darles mi cultura. No una cultura de libros y saberes, que no tengo, sino la cultura de la solidaridad. Hacer de ellos hombres generosos entregados al ideal de la libertad.

ROCÍO. – Esa es la cultura más hermosa, Felipe: la cultura del amor. Esta noche es Nochebuena, la noche del amor eterno. Tenemos que ir a cenar con los compañeros.

FELIPE. – Y, sin embargo, es la noche más amarga para aquellos que no tienen con quién compartirla. Sí, vamos con ellos.



LA CARTA DE LA MADRE DE EULOGIO
 En escena está Eulogio, solo. Entra paco
 PACO.- ¿Qué haces aquí solo, tan temprano?
EULOGIO. – Porque he recibío carta de mi madre y he venío para que alguien me la lea.
PACO.- ¿Cómo lograste venir a Alemania, tan joven.
EULOGIO. –Yo estaba desesperao y me quería vení, pero mi padre no me dejaba. Hasta que hogaño le dije, digo: O me deja usted irme para Alemania, o ahora mismo cojo una soga y me ajorco. Y por eso le convencí.
PACO. – Pues yo, a mi padre, no le tuve que convencer. Me dijo:   
     -Quillo, mándame  perras de Alemania, que estoy tieso.
     -Pues no se preocupe usté, padre, que le voy a mandar marcos a punta pala. Y me dijo, dice:
      -  Niño, que ya sé que estoy más planchao que una foto; pero vamos, que todavía no estoy yo para que me pongan en un marco en una exposición. ¡Y no se te ocurra mandarme una pala, que me da mucho miedo ese bicho!
EULOGIO. – Pos a mí la pala no me da miedo.
PACO. – ¡Ni a mí! En el corral de mi casa tengo yo un pico y una pala, nuevecitos, y yo paso junto a ellos tan tranquilo, sin miedo ninguno. Cuando llegué a Alemania vino un alemán y me entregó una pala  con un palo muy largo y cuadrá. Yo la miré con mucho cuidado por todos los sitios, y le dije al alemán: oiga usted, señó mesié, ¿donde esté el cablé y el enchufé de este aparaté?
EULOGIO -  (Riendo) ¿Y qué te dijo?
PACO. -  Pues lo que dicen todos los alemanes: “Ni festén. ¿Te gusta Alemania?
EULOGIO - Pues no lo sé. Porque por las mañanas estoy en el trabajo y por la tarde no salgo de la barraca. Y yo me canso de está toa la tarde acostao.
 PACO.- Pues yo no me canso. Yo acostado resisto muchísimo.
 Entran Esteban, Cecilio, Agustín y Rocío
 ROCÍO. –  (A Eulogio) ¿Qué te pasa?
 AGUSTÍN. – Lo que le pasa es que ha recibido carta del pueblo, y como no sabe leer, ni yo tampoco, pues ha venío a ver si alguien se la lee.
ESTEBAN. – Eso está hecho, hombre. Dame esa carta. (Coge el sobre, saca la carta, la pone de un lado y otro buscando el derecho) ¡Oye. Esta carta está escrita en moro!
EULOGIO. – ¿En moro? ¿Pero cómo va a está escrita en moro?
AGUSTÍN. – ¡Eso es que hemos cogido la carta de un marroquí en vez de la tuya. Eso me pasó una vez a mí.
EULOGIO. – Pues tenemos que volvé a la barraca a buscá mi carta.
ESTEBAN. – No te preocupes, hombre. La carta es de tu madre.
EULOGIO. – ¿Entonces, por qué dices que está escrita en moro?
ESTEBAN. – Porque esta letra no hay cristiano que la entienda.
ROCÍO. – Dámela a mí. Estoy acostumbrada a leer muchas cartas como esta.
EULOGIO. – ¡Vaya susto que me has pegado, coño!
ROCÍO. – ¿Quieres que te la lea a ti solo ahí dentro?
EULOGIO. – ¿Qué más da?
ROCÍO. – Es por si no quieres que todos se enteren de lo que te dice tu madre.
EULOGIO. Nada; que se enteren todos, así me entero yo mejó. Lo único que me interesa es saber si mi padre está güeno y  si ha recibío el dinero que le mandé. Venga Rocío: Léela aquí mesmo.
ROCÍO. –  Como tú quieras. La letra, en verdad, es un jeroglífico. Leeré despacio.
EULOGIO. – Mi madre es muy lista. Es la única que sabe leer y escribir en casa. Esa carta la ha escrito ella sola.
ROCÍO. – Está bien, leamos. (Leyendo lentamente, debido a la dificultad de entender la letra)
  “Querío hijo: (emocionada) ¡Que Dios te bendiga, hijo mío! ¡Que Dios te bendiga! Ayer recibí las tres mil pesetas que mos giraste. ¡Tres mil pesetas, Dios mío! ¿Pero es posible que en ese país se gane tanto dinero? (Alegre) Tu padre, el pobrecino, ayer estaba atontado por la emoción de ver tanto dinero junto, y yo me jarté de llorá, como una tonta, pero de alegría, porque tu padre ya va a poé comé to lo que le ijo el méico.
  (Con pasión de madre) Pero, tú, hijo mío, no mandes toas  las perras porque a ti también te jace farta. Tú come bien, hasta que te jartes. Y cuando ganes más perras, te jateas bien de  ropa nueva, porque te juiste con lo puesto y en ese paí jace mucho frío, según ice la gente, (llorosa) ¡Pobrecino mío! Tú, que nunca has salío del pueblo, tené que está ahora tan lejos de nusotros y con una gente, que según ice la gente, no jabla como toa la gente.
 (Piadosa) Esta mañana juí a la iglesia y me jinqué de roillas delante de la Virgen y la dije, digo, Virgencita mía, tu que jaces tantos milagros, cuíame a mi hijo, que yo ya tengo perras pa regalarte velas y to eso. Y juí y la puse una vela muy grande.
 (Alegre) Luego me juí a la tienda y compré chorizo, tocino magro con mucha veta, queso, y ¡hasta  jamón!
(Ingenua) Pero lo que no púe encontrá fue la proteína esa que ijo el méico. La semana que viene, cuando venga pa quí,  le diré que me jaga una receta.
 (Alegre) Puse toa la comía encima de la mesa para que tu padre se jartara de comé; pero no sé qué le pasa, que dende ayé está jechito una breva, paliucho y jaciendo pucheros como un muchachino chiquinino.
 (Despreocupada) Pero tú no te asustes, porque no le pasa ná, eso es de la emoción de ve tantas perras y tanta comía junta. Y también,  por la carta, que está muy bien escrita. Le ices al hombre que te la escribió, que Dios se lo pague. Pero tú págale también algún vaso vino, pa tenerle contento y porque en esta vía hay que se agradecío.        
 (Emocionada) Yo, hijo mío, le he rezao mucho a la Virgen pidiendo que mos ayudara. Antiyé no teníamos na que comé y hoy mos sobra la comía.  ¡Has jecho un milagro, Virgencita mía! ¡Has jecho un milagro! ¡Gracias! Gracias…gracias
FIN


Esto ocurrió en octubre del año 2010.
El día 1 de octubre de este año 2011 cumplo 75 años. No tengo hijos. Mis obras están todas agotadas. Solo me quedan unos cuantos ejemplares de cada una. El día que yo me vaya con mi querida Paula todo estará consumado y de mí no quedará ni el recuerdo de que pasé por este mundo.
Es por eso por lo que las dejo aquí para que las lean todos los que quieran. Mucha gente puede beneficiarse de ellas. Y así, como dijo el gran poeta indio Rabindranath  Tagore:
“Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando.”
Todos mis libros están registrados en la PROPIEDAD INTELECTUAL Cada uno tiene su I.B.S.N, por lo que no se puede publicar la obra entera o parte de ella sin permiso del autor. Claro que eso se lo pasan muchos por el forro de sus chaquetas y piratean  todo lo que quieren, como me ha pasado a mí en EE.UU. y Canadá y vendidos en muchos países del mundo. Espero que la justicia algún día nos proteja mejor a los autores.
Un abrazo para todos los que leáis esto y ¡Que Dios os bendiga!
¡Gracias, amigos! ¡Hasta la eternidad!
Patricio Chamizo.

























[1] Al exhibir esto hoy, me he enterado que tiene cáncer de páncreas y ha delegado su trabajo en su adjunto. Qué pena de hombre. ¡Con cincuenta y cuatro años!
[2] A Teresa ya le había dicho yo un mes antes que en las lecturas de las escenas debían actuar seis personas, incluida ella, leyendo la carta. Los personajes los hicieron dos profesores y tres alumnos. A la gente les gustó mas estas lecturas que la conferencia, a juzgar por sus risas, excepto la carta, que les emocionó.